¿Qué será, será?

JJNieto87


El baloncesto va a terminar pareciéndose a lo que los usuarios de videojuegos quieren que sea: mates y triples, pronuncia preocupado Isiah Thomas en torno a una mesa que comparte con Barkley, Webber y otros grandes nombres ya retirados. “Se olvidan del factor emocional”. “No entienden la mentalidad de un jugador, cómo va a reaccionar tras un mal partido o cuál va a ser su lectura de por qué no consiguieron la victoria”. “El big data ofrece argumentos a los que no fueron educados en el baloncesto. Pero a nosotros no nos hace falta. Le daríamos la bola a Shaq sin haber consultado una sola estadística”.

Detrás de este tipo de declaraciones se esconden debates tan antiguos como los que desde siempre han enfrentado a los jugadores y los “hombres de traje”, a los que están con los que vienen, a los viejos y los jóvenes, a los puristas y a los renovadores. Quizá también una cuestión más de fondo entre el concepto y el número pues, aunque habitualmente avalistas el uno del otro, en este caso el orden de los factores no es baladí.

El concepto es geometría: la búsqueda de la armonía conforme a unas reglas básicas relacionadas con el tiempo y el espacio. El número, en este caso, es pura aritmética, el resultado de un algoritmo que en ocasiones desmiente o modifica el concepto: un mal tiro a ojos de un entrenador puede ser bueno interpretado por una máquina. Es decir, no es lo mismo que el número certifique la bondad de un concepto a que un dato imponga un estilo de juego o la alineación (y la no alineación) de un jugador.

“Si antes manejábamos 30 categorías, ahora las máquinas están trabajando con más de 500”

Rajiv Maheswaran en
https://www.youtube.com/watch?v=Vls38IvGxMM

Está ocurriendo. Lo afirma Rajiv Maheswaran, CEO de Second Spectrum, una empresa de tecnología informática que ofrece una nueva forma de analizar y comprender todo lo que sucede en una pista de baloncesto: “Estamos en medio de un proceso de transformación. Si antes manejábamos 30 categorías, ahora las máquinas pueden gestionar más de 500 variables. Digamos que aúnan el conocimiento de los mejores entrenadores de baloncesto”.

Y es que más allá de la contienda filosófica, parece evidente que ningún propietario de un negocio renunciaría a emplear una información que puede ofrecerle ventajas comparativas en un mercado por definición salvaje. El problema, si es que hay alguno, es que esta carrera nos lleve a un mismo lugar; que los datos, como es de prever, conduzcan a una única conclusión y el juego se estandarice volviéndose extremadamente aburrido: algo que ya podemos intuir con el empleo del tiro de tres, el ostracismo de la media distancia, el fomento del small ball o el incremento del número de posesiones. Y Popovich, amigos míos, se está haciendo mayor.

Para velar por sus propios intereses ya está la liga, piensan algunos. Una NBA que, como dice el propio Maheswaran, también se puede servir del big data para comprender los patrones de conducta de sus aficionados, el modo en que reaccionan a los vídeos que circulan en la red, la audiencia de los distintos equipos y, seguro, cuestiones mucho más sutiles que se me escapan y que pueden acabar convirtiendo a la mejor liga del mundo en una suerte de serie mainstream sobre cuyo guion aspirarán a intervenir sus osados espectadores.

Una liga que, como custodio del juego, ya se encargó en el pasado de propiciar que el baloncesto siguiera basándose en la habilidad de sus jugadores y en el ejercicio combinado de dichas destrezas, y no en la violencia (al principio sacaba de banda el equipo que primero tocaba el balón que había salido fuera), la trampa (el tablero fue una respuesta a la actuación de los aficionados, que desde el graderío de los gimnasios palmeaban el balón sacándolo o introduciéndolo en la cesta), la especulación (la introducción del reloj de posesión o la norma del campo atrás evitaron que muchos equipos “durmieran la bola”) o el predominio del físico sobre la inteligencia y la agilidad (normas de goal tending o interferencia).


Sin embargo, con independencia de los cambios de reglas, mi fe reposa en los genios.

Sí, y en ellos sigo depositando toda mi confianza para que el baloncesto siga renovándose al margen de la tiranía de los conceptos, de los números o los aficionados. Antes que en Auerbach o en un procesador, antes que en un friki o en un iluminado, también antes que en Silver y en los que lo sucederán, mis esperanzas descansan en los hombros de un próximo Jordan o un próximo Curry y mis temores, sin embargo, en que esto sea cosa de cyborgs rodeados de francotiradores.

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¿Cuáles son vuestras esperanzas y temores? ¿Cuál creéis que será el futuro del baloncesto?

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